ROMA, domingo 6 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Un debilitamiento de la fe y la disminución del número de fieles podrían atribuirse a los abusos litúrgicos y a las Misas malas, es decir, las que traicionan su sentido original y donde, en el centro, ya no está Dios sino el hombre con el bagaje de sus preguntas existenciales. Esta es la tesis que sostiene Nicola Bux, teólogo y consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Oficina de las Celebraciones del Sumo Pontífice del Sumo Pontífice.
Presentando en Roma, el pasado 2 de marzo, su libro Come andare a Messa e non perdere la fede [Cómo ir a Misa y no perder la fe, n.d.t.], Bux arremete contra el giro antropológico de la liturgia. En las páginas del volumen, especie de vademecum para la supervivencia a las Misas modernas. Bux replica a cuantos han criticado a Benedicto XVI, acusándolo de haber traicionado el espíritu conciliar. Al contrario – argumenta el teólogo – los documentos oficiales del Concilio Vaticano II han sido traicionados precisamente por estas personas, obispos y sacerdotes a la cabeza, que han alterado la liturgia con “deformaciones al límite de lo soportable”.
Asistir a una celebración eucarística pueda significar, de hecho, también encontrarse ante las formas litúrgicas más extrañas, con sacerdotes que discuten de economía, política y sociología, hilvanando homilías en las que Dios desaparece. Proliferan los ensayos de antropología litúrgica hasta reducir a esta dimensión los mismos signos sacramentales “ahora llamados – es la denuncia de Bux – preferiblemente símbolos”. La cuestión no es pequeña: afrontarla supone ser tachados de anticonciliares.
Todos se sienten con el derecho de enseñar y practicar una liturgia "a su manera", tanto que hoy es posible asistir, por ejemplo, “a la afirmación de políticos católicos que, considerándose 'adultos', proponen ideas de Iglesia y de moral en contraste con la doctrina”. Entre aquellos que han iniciado este cambio, Bux recuerda a Karl Rahner el cual, a raíz del Concilio, denunciaba la reflexión teológica entonces imperante que, en su opinión, se mostraba poco atenta u olvidadiza de la realidad del hombre.
El jesuita alemán sostenía en cambio que todo discurso sobre Dios brotaría de la pregunta que el hombre plantea sobre sí mismo. En consecuencia – esta es la síntesis – la tarea de la teología debería ser la de hablar del hombre y de su salvación, planteando las preguntas sobre sí y sobre el mundo. Un pensamiento teológico que, con triste evidencia, ha sido capaz de generar errores, el más clamoroso de los cuales es el modo de entender el sacramento, hoy ya no sentido como procedente de lo Alto, de Dios, sino como participación en algo que el cristiano ya posee.
“La conclusión que saca de ello Häuβling – recuerda Bux – es que el hombre en los sacramentos acabaría por participar en una acción que no corresponde realmente con su exigencia de ser salvado”, ya que prescinde de la intervención divina. A semejante tesis "sacramental", y a la derivación anexa de la liturgia, responde Joseph Ratzinger, que ya en el dorso del volumen XI "Teología de la liturgia” de su Opera omnia escribe: “En la relación con la liturgia se decide el destino de la fe y de la Iglesia”.
La liturgia es sagrada, de hecho, si tiene sus reglas. A pesar de ello, si por un lado el ethos, o sea la vida moral, es un elemento claro para todos, por otro lado se ignora casi totalmente que existe también un ius divinum, un derecho de Dios a ser adorado. “El Señor es celoso de sus competencias – sostiene Bux –, y el culto es lo que le es más propio. En cambio, precisamente en el campo litúrgico, estamos frente a una desregulación”.
Subrayando, en cambio, que sin ius el culto se vuelve necesariamente idolátrico, en su libro el teólogo cita un pasaje de la "Introducción al espíritu de la liturgia" de Ratzinger, que escribe: “En apariencia, todo está en orden y presumiblemente también el ritual procede según las prescripciones. Y sin embargo es una caída en la idolatría (…), se hace descender a Dios al nivel propio recudiéndolo a categorías de visibilidad y comprensibilidad”.
Y añade: “Se trata de un culto hecho a la propia medida (…) se convierte en una fiesta que la comunidad se hace a sí misma; celebrándola, la comunidad no hace sino confirmarse a sí misma”. El resultado es irremediable: 'De la adoración de Dios se pasa a un círculo que gira en torno a sí mismo: comer, beber, divertirse'. Y en su autobiografía (Mi vida, edit. San Pablo), Ratzinger declara: 'Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que hoy nos encontramos depende en gran parte del derrumbe de la liturgia'”.
Para terminar, una sugerencia y una advertencia. La primera es la de relanzar la liturgia romana “mirando al futuro de la Iglesia – escribe Bux –, en cuyo está la cruz de Cristo, como está en el centro del altar: Él, Sumo Sacerdote al que la Iglesia dirige su mirada hoy, como ayer y siempre”. La segunda es inequívoca: “Si creemos que el Papa ha heredado las llaves de Pedro – concluye –, quien no le obedece, ante todo en materia litúrgica y sacramental, no entra en el Paraíso”.
(Zenit)
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